Por Dr. María Elena Elmiger
Profesora Titular de Semiosis Social y Contribuciones del Psicoanálisis de la Carrera de Doctorado en Psicología - UNT.
Una pregunta que persiste entre los psicoanalistas es por qué la violencia y el odio a la mujer. Es frecuente escuchar o leer las críticas de los feminismos hacia el psicoanálisis, pues se postula que el psicoanálisis sostiene, en sus teorías, una ideología falocéntrica y patriarcal. ¡Es imposible pensar que Freud, quien vivió en los siglos XIX hasta mediados del XX no sea hijo del patriarcado! Sin embargo, es quien se adentró en los enigmas de la feminidad, en las dificultades para las elecciones de objeto en el hombre, en la bisexualidad estructural, en la sexualidad infantil, en las prohibiciones fundamentales sobre el incesto y el homicidio para la constitución del lazo sexual y social en la humanidad.
Se dice que Simone de Beauvoir leyó a Freud para la escritura de su libro “El segundo sexo”. Fue Freud el que habló del “tabú a la mujer”, porque es siempre difícil, espinoso, no sólo devenir mujer, sino sostener encuentros con ellas. De hecho se las llama “brujas”, “madres”, “viejas”, “santa mamita”, “prostitutas”, “insoportables” “minas”…; tantas palabras que no aprehenden, no abarcan el significante mujer.
Y entonces… ¿Cómo amarlas? En todo caso es fácil amarlas como madres y es fácil desearlas como escorts, como acompañantes, como putas. Esto no es una crítica a los varones, porque también es fácil para la mujer ser madre o escort, acompañante. Lo difícil es ser mujer. Ser mujer implica un devenir continuo. Un movimiento continuo. Un verdadero enigma.
El problema, y lo difícil de entender, es que esto no es una cuestión sólo de géneros femenino/masculino. Tampoco una cuestión de elección de objeto: “me gustan los hombres o/y me gustan las mujeres” El problema es que en toda mujer habita un varón y en todo varón habita una mujer y esto va más allá que la bisexualidad.
Lacan, lector de Freud, avanza en las teorías del maestro. Algunos feminismos lo acusan de sostener un discurso binario. “Así son los hombres, fálicos, así son las mujeres: faltadas”. Como si hubiera una univocidad en los varones y en las mujeres. Como si todos los varones fueran de una determinada manera, y todas las mujeres de otra. Es verdad que la cultura espera (o esperaba, hasta el siglo XX) funciones determinadas para el hombre y otras para las mujeres. Pero hoy las mujeres son científicas, generalas, presidentas, empresarias, y los varones pueden quedarse a cuidar a los hijos mientras las mujeres son el sostén económico del hogar, y con esto no estoy diciendo nada novedoso sino trivial.
Se acusa a Lacan de sostener un discurso binario, “Así debes ser si eres varón, así debes ser si eres mujer” Pero hay que decir, que lo que postula Lacan, es que todo ser humano puede ubicarse (sigue la lógica aristotélica, aunque la modifica), del lado hombre y/o del lado mujer.
Y si, del lado hombre, refiere al Falo. Del lado mujer, a una falta estructural. El problema es que se hace equivaler falo a pene. Y para Lacan el falo es el significante de la falta. Entonces, es un ordenador. La vida simbólica se ordena en torno a una falta. (¿No es estructural que siempre algo falte?) Para Lacan, el falo (ö) “designa el conjunto de los significados, pues, en tanto razón armónica, es el ordenador que permite a los sujetos ser legislados desde una medida regulable para todos”.
Así, desde la lógica, Lacan ubica el lado hombre y el lado mujer. Del lado hombre, en su rostro fálico, ubica la regulación, el orden, el hábito, lo habitual, lo fácilmente clasificable y contabilizable. Del lado mujer, ubica la falta, y entonces, lo enigmático. ¿Cómo disfraza el lado mujer el agujero, la ausencia, la falta? Lacan, desde sus primeros seminarios usa el significante meteoro. Y dice que para que un meteoro sea posible, por ejemplo un arcoíris, es preciso que haya pequeñas gotas de agua y que la luz se encuentre en determinada relación a esas microgotas. Así, se produce la magia de ese espejismo llamado arcoíris. Ese espejismo, que precisa de la combinación de gotas reales, con una cierta inclinación de los rayos de luz y de ojos que puedan ver e interpretar el arcoíris (¿los animales ven el arcoíris? ¿Cuentan mitos sobre él? ¿Les es enigmático?) es ubicado por Lacan del lado mujer.
Al mencionar “lado” quiere decir que esto va más allá del sexo biológico, incluso del género asumido. Quiere decir que varones, mujeres u otres basculamos del lado hombre y/o del lado mujer. Y existen infinitas formas de ubicarnos, en un ocho interior, de un lado a otro. Por ejemplo: Para investigar, para estudiar, para trabajar, es preciso un cierto orden. Sin una razón armónica seríamos unos completos inútiles improductivos. Pero para la creación, para lo sorprendente, para lo enigmático, para el vuelo metafórico, para la creación científica incluso, es preciso soportar el enigma, el espejismo, el arcoíris.
Y resulta que no hay nada más insoportable que eso que es efímero, enigmático, inaprehensible, creativo, que vuela con la metáfora, y que, por supuesto, sólo produce dudas, preguntas, y para colmo pone en cuestión todo lo establecido.
¿Por qué se mata, por qué se persigue, por qué se intenta someter a la mujer? Porque no se soporta su liviandad, su creatividad, su enigma, y hasta su extravío. Pero… ¿Será por eso también que se mata a las travestis, a los homosexuales, a los pensadores, a los judíos, a los negros, a todo aquel que no encaje en el orden establecido por la razón armónica cuando ésta endurece y no admite más que UNA razón, UNA religión, UNA manera de gobernar, UNA manera de producir, UNA manera de vivir, UNA manera de construir una familia, UNA manera de ser varón o mujer? Si necesitamos un orden para vivir, es imprescindible la metáfora para volar. Y eso es lo insoportable.
Estas y otras ideas se discutirán en el VIII Congreso Internacional de Psicología los días 5, 6 y 7 de octubre, en la la Facultad de Psicología de la UNT.